Si te has pasado los últimos días debajo de una piedra, tal vez no te hayas enterado de que el primer ministro inglés se folló a un cerdo muerto, por decirlo sin rodeos. O al menos eso es lo que aseguran los autores de Call Me Dave, la biografía no autorizada de David Cameron en la que se incluye la historia porcina como una anécdota de los años de universidad del premier.
A pesar del morbo, lo relevante no es si efectivamente estamos ante un caso de necro zoofilia, sino que, como señalan algunos de los británicos más agudos, esta historia ha servido para hacer sombra. La amenaza del gobierno de Reino Unido de acabar con los almuerzos gratis en los colegios o un asunto tirando a turbio relacionado con la evasión fiscal del propio Cameron quedan en un segundo (o tercer) plano detrás del #piggate, y puede que no vean la luz. A este fenómeno político lo llamaremos personalización.
En los últimos años, como explica la Dra. Kate Dommett, subdirectora del Centro Sir Bernard Crick, se está dando una tendencia en la que las historias personales y el sensacionalismo están sustituyendo en parte al debate político. Desde la posición del votante, la elección entre dos o tres líderes cada vez se basa menos en la ideología o el programa político y, cada vez más, en la personalidad que muestra el candidato.
Fuera de Reino Unido hay más ejemplos. El año pasado, el recién elegido alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, enfureció a buena parte de los electores al ser descubierto comiendo una pizza con cuchillo y tenedor. Un detalle a priori tan nimio lo hacía aparecer como un extranjero a los ojos de las masas de cruzados que consideran que la única forma neoyorquina de tomar la pizza es directamente con la mano.

También hay multitud de ejemplos más cercanos. Las historias que han copado los TT estas últimas semanas en España incluyen al presidente Mariano Rajoy trastabillando ante una pregunta –y por tanto reduciendo una entrevista a un solo gag- o al candidato del PSC en las elecciones catalanas, Miquel Iceta, siendo conocido exclusivamente por su ritmo al bailar «Don’t stop me now».
La situación parece clara, pero a la hora de buscar razones las líneas comienzan a difuminarse. Según la Dra. Dommett, la responsabilidad de este fenómeno la comparten entre los medios y los propios políticos. Referido a lo primero, la investigadora apunta que “allá en la década de los 50, los periódicos solían aportar descripciones muy técnicas de qué estaba ocurriendo en la política, pero es muy raro encontrar este nivel de detalle hoy en día, cuando prima el sensacionalismo”.
Este tipo de cobertura política se hace aún más evidente en tiempo de elecciones. El Dr. Scott Eldridge, que imparte Periodismo en la Universidad de Sheffield, explica que en estas ocasiones los medios suelen caer en la retórica de la horse race o carrera de caballos. Esto significa que el foco se pone casi exclusivamente en cómo les está yendo a los candidatos la campaña, retratando las elecciones como una batalla entre gladiadores más que como una pugna entre ideas o programas. Según el Dr. Eldridge, el enfoque horse race “se guía por las emociones, exagera pequeñeces y reduce figuras estadísticas a un esquema de ‘candidato fuerte/candidato débil’ en función de lo que hayan dicho el fin de semana”.
La cobertura política basada en la personalidad es aún más evidente al hablar de las diferencias de género. Más allá de que numerosos estudios lo demuestren –ahí están los de Diana Carlin, Caroline Heldman o Johanna Dunaway-, un rápido vistazo a las elecciones catalanas de la semana pasada permite comprobar que es una asignatura todavía pendiente. El regalo por parte de los periodistas de campaña de una Barbie a la única candidata femenina –la representante de C’s, Inés Arrimadas- se puede ver como un ejercicio de autoconciencia de los medios por retratar a la política en función de su apariencia o su forma de vestir. Tal y como apunta la Dra. Dommett, “las mujeres sufren un escrutinio más duro por parte de los medios, y esto implica barreras adicionales que los hombres no han de afrontar”.

No obstante, los expertos señalan que los medios no están solos en este fenómeno de personalización política: los propios políticos, junto a sus equipos de marketing, han ido cayendo en esta línea y haciendo mucho de su propio trabajo de comunicación. Por poner un ejemplo, la foto de la victoria en 2012 tras las segundas elecciones de Barack Obama no se originó en ningún medio de comunicación tradicional, sino que fue el propio equipo del presidente quien la difundió.
Gracias en buena parte a las redes sociales, los políticos han logrado eliminar las barreras entre ellos y su audiencia a la vez que eliminan la necesidad de los medios para transmitir su mensaje. Por estos canales, tanto gobernantes como oposición tratan de alcanzar al votante de forma emocional, mostrándose como seres humanos. Como ejemplo de este “viejo truco”, según el Dr. Eldridge, vemos las fotos de los políticos en camisa y con las mangas arremangadas. “Lo que tratan de decir es bastante evidente” -señala el investigador- “es su forma de decir ‘Soy uno de vosotros y puedes ver lo mucho que trabajo por mis mangas subidas’, es la idea del líder rústico, natural”.
Es por tanto una relación simbiótica entre medios de comunicación y políticos la que ha llevado a la situación actual, que según la Dra. Dommett es un círculo vicioso. “Si los medios ya no son foros en los que poder explicar la política de forma profunda, es totalmente racional para los políticos cambiar su estrategia, hablar en eslogans y no tratar de explicar extensamente sus programas”, apunta la subdirectora del Centro Sir Bernard Crick.

Ahora bien, a la hora de intentar entender por qué este fenómeno de personalización está ocurriendo, no hay una única razón sino diversos factores a largo plazo. Uno de estos es un cambio en nuestras expectativas de cómo debe ser un líder. La Dra. Dommett señala que “antes solíamos seguir a personas que tuvieran los principios claros, que encarnaran una serie de ideas, pero ahora buscamos en los líderes que cumplan con una serie de atributos personales: carisma, buena presencia, hablar en público…”.
Junto al ya mencionado y evidente auge de las redes sociales, la americanización de la política se revela como otro factor relevante, sobre todo en las campañas electorales. Aunque para el resto de democracias occidentales la personalización sea un fenómeno relativamente reciente, los EEUU tienen una larga tradición al respecto, ya desde los tiempos de George Washington. Por poner un ejemplo ilustrativo, allí el jefe de Estado y de Gobierno recibe el tratamiento de “Mr President”, lo que implica la noción de que no es superior a nadie, sino un Míster como todos los demás. La Casa Blanca, por otro lado, también es apodada “la Casa del Pueblo”.
Un cuarto factor, de acuerdo con la Dra. Dommett, es la desafección política. A medida que las clases sociales se fueron acercando y fundiendo en la clase media, la identificación del público con las ideologías y los partidos fue decreciendo. En un panorama posmoderno, los votantes cada vez cambian más de partido, y las tasas de fidelización son muy bajas. En esta situación, conseguir conectar con la audiencia es vital para los políticos, y está visto que presentarse a uno mismo como una persona más en lugar de un gobernante infalible funciona muy bien en este contexto actual.
En definitiva, esta es la situación. ¿Es buena o mala? Volviendo al principio, el Dr. Eldridge señala el principal riesgo: los escándalos y las noticias personales cubren asuntos políticos importantes que pueden acabar fuera del escrutinio público. Terminando con palabras del profesor, “cuando hablamos del cerdo, no hablamos de desigualdad social”.