A favor y en contra de la legalización de la droga en general y la marihuana en particular se ha hablado mucho, pero pocas personas pueden hacerlo con el bagaje de Gerardo Cavero, el fiscal Antidroga de Barcelona. Aprovechando su presencia en el congreso «Marihuana-Cannabis: caballo de Troya de adicciones destructivas», organizado por la Fundació Casa de la Misericòrdia de Barcelona, nos reunimos con él para contrastar posturas. Libres de humo y de ruido, nos atiende en una sala tranquila del Palau Macaya:
Entre los argumentos más utilizados para defender la legalización de la marihuana, uno de los más corrientes es el que señala que el consumo de droga se asocia a la clandestinidad, y que legalizar la marihuana reduciría su consumo. ¿Es cierto?
Esa respuesta no compete en realidad a mi ámbito, porque es una reflexión científica y no jurídica. Dicho esto, parece que las evidencias científicas –como las mismas que hemos estado escuchando en este congreso– lo niegan. Por lo que conozco, la legalización no produce una reducción del consumo sino que más bien se facilita su uso, con lo que parece razonable que el efecto sea el contrario. El argumento es tan falaz como decir que la marihuana es una droga blanda.
La marihuana actual tiene diez veces más poder adictivo que la que se consumía en la época de los Beatles
Pero esa es una idea también muy extendida
Los fiscales somos observadores de la realidad, y según me informan los toxicólogos con los que estoy en contacto, actualmente está desmentido que la marihuana –el cannabis y sus derivados- sea una droga blanda. Lo más grave es que no estamos hablando de la misma sustancia que se consumía en Woodstock o Vietnam: la marihuana actual tiene diez veces más poder adictivo que la que se consumía en la época de los Beatles.
¿A qué se debe?
En los procedimientos judiciales, veo que la concentración de THC –tetrahidrocannabinol, la principal sustancia psicoactiva del cannabis- ha aumentado. Para hacerlo visual, una planta de marihuana cultivada al natural puede alcanzar una altura de entre metro y medio o dos metros, y en el cepellón o cogollo presenta una concentración de THC del 4% o 5%. Por el contrario en periciales toxicológicas que he manejado aparece como, en un cultivo hidropónico y con las técnicas actuales, unas plantas de apenas 60cm tienen unos cepellones con concentraciones de THC de hasta el 18% o el 20%. E incluso en la conferencia que hemos escuchado hace un rato, los doctores Giovanni Serpelloni y Nora Volkow elevaban la cifra. Estos números son una auténtica barbaridad, sobre todo para los jóvenes.
Esta sustancia conlleva una inclinación particularmente peligrosa hacia un proceso patológico de esquizofrenia
¿En qué sentido?
En que parece ser que el cerebro termina su evolución en torno a los 25 años, y en esta fase temprana del crecimiento es cuando la adicción a la marihuana es especialmente perniciosa. Dicen los técnicos que durante la maduración del cerebro, esta sustancia conlleva una inclinación particularmente peligrosa hacia un proceso patológico de esquizofrenia.
Otro argumento usado es el de la regulación -“Si se legaliza, será más sencillo articular mecanismos legales para su control, al igual que el alcohol o el tabaco”-.
Desconfío de que se puedan ofrecer garantías con un experimento así: podría ocurrir perfectamente que conviviera el mercado negro con el mercado legal. Claro, he oído la tesis de “Cuando Marlboro produzca la droga, ya sabrán ellos cómo y qué ponen ahí”, pero ¿acaso esta regulación impedirá que cuando el adicto se haya acostumbrado a esos THCs monstruosos que te comentaba luego se conforme con una droga legal con 2% o 3% de concentración? Posiblemente no, tengo mucha desconfianza en ello.
En algunos coloquios hay quien le ha dicho que defiende usted la prohibición para no quedarse sin trabajo…
Eso es una tontería: en el momento en que se legalizaran las drogas tanto la policía como la fiscalía nos dedicaríamos a otra cosa, sea corrupción política o maltrato doméstico. Puedes estar seguro de que no quedaré en el paro por esto, y aún así creo que hay muchos campos en los que la represión penal –como llaman despectivamente a nuestra actividad desde fuera- es útil y hasta necesaria.
¿Esta actividad represora no puede ser incluso excesiva en estos casos?
Es cierto que la ley penal española, sobre todo tras la reforma de 2010, es muy severa: los tipos agravados por ser jefe de una banda criminal son penas de diez a quince años, lo mismo que para el homicidio doloso. Y la pena por simplemente pertenecer a una organización narcotraficante dedicada al hachís –que oscila entre los cuatro años y medio y los diez años de prisión- es más o menos la misma que la de un violador. ¿A mí me complace eso? Pues posiblemente sean penas muy severas, pero están ahí y el Estado tiene un compromiso internacional, basado en la Convención de las Naciones Unidas de 1961, para reprimir estas conductas. Es opuesto, claro, a la postura de legalizar todas las drogas.
Estábamos hablando solo de marihuana hasta el momento.
Sí, pero la postura que tiene valedores con desarrollos teóricos serios es la legalización de todas las drogas. Partamos de la base de que una droga –según la Organización Mundial de la Salud- se define como cualquier sustancia que crea adicción, desencadena tolerancia y produce síndrome de abstinencia. Aquí se incluye la marihuana, claro, pero también el tabaco y el alcohol –legales pero para nada “drogas blandas”– o la cocaína, la heroína y las drogas de diseño. Los defensores de la legalización invocan el paradigma de Paracelso, que reza que toda sustancia es perniciosa y que todo depende de la cantidad –incluso el agua, dicen, en cantidades excesivas te puede matar-. Es una postura que, sin embargo y por lo que he conocido, a mi juicio carece de fundamento.
Si comerciar con droga ya no sale rentable, serán las armas
Volviendo al tema de la represión, un paralelismo muy invocado por los partidarios de la legalización es la Ley Seca: dicen que es debido a la clandestinidad por lo que prosperan las mafias, con toda la violencia y criminalidad que conllevan.
Por un lado, la legalización de las drogas –hablo de todas las drogas en general porque esta es una postura que tiene valedores serios- nos lleva a una situación de la que solo podemos especular. Por el otro, por mis años de experiencia en este campo conozco el mundo de los traficantes de droga. Por más que la marihuana y otras sustancias sean una mercancía muy común para este tipo de crímenes, las organizaciones mafiosas siempre encontrarán una mercancía ilegal con la que traficar. Si comerciar con droga ya no sale rentable, serán las armas, la trata de seres humanos, la venta de órganos o la prostitución. El crimen organizado no practica el monocultivo.
Pero no todas las mercancías ilegales son tan rentables como la droga, ¿no?
Hay una diferencia, claro. Entre la droga y las armas, por ejemplo: un kalashnikov es útil durante cincuenta años, pero un kilo de cocaína se consume en una mañana. La droga tiene la ventaja de que produce unos beneficios desorbitados muy rápidamente. O por ejemplo, las mafias gallegas pasaron de contrabandear tabaco a comerciar con droga porque era más rentable. Estas organizaciones, una vez instaladas en el crimen, buscan la manera de ganarse la vida sin trabajar –eso sí lo tienen claro- y una manera sencilla es el comercio con materiales ilícitos. No es tan sencillo eliminar el mercado negro, y menos de un plumazo.
¿Considera que la ineficacia de vencer la guerra contra la droga según los métodos represores tradicionales es un punto a favor de la legalización?
No. Por poner un ejemplo paralelo con el que se ve claro: es un hecho que cada vez hay más corrupción política o institucionalizada. Aunque la policía y la fiscalía encargadas no han sabido atajar estos crímenes, eso no significa que haya que legalizar la corrupción. Es una contradicción in terminis. Que todavía mueran mujeres víctimas de la violencia doméstica no significa que haya que erradicar la persecución penal a los agresores, ¿no? Del mismo modo, que los métodos de la policía y la Fiscalía antidroga se hayan revelado insuficientes no es una razón para tolerar la ilegalidad.
Pero estos métodos son ampliamente superados por el mercado ilegal. Decía usted mismo en otra entrevista que “si todos los camellos de Barcelona tirasen la coca al aire a la vez, esto parecería Navidad”.
Está claro, el mercado está saturado. Prueba de ello es que la cocaína vale lo mismo hoy que hace treinta años. La represión hecha hasta ahora no es suficiente, desde luego, pero ¿cuál es la alternativa? Esto no depende de nosotros, es principalmente una decisión política. Mientras las drogas no sean legales, nosotros procuramos hacer nuestro trabajo lo mejor posible, aunque seamos vistos como privadores de libertad. Ya lo decía mi maestro, el fiscal Mena: el ciudadano tiene derecho a esperar de los operarios de la justicia un punto de mala leche.