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«Los mensajes buenrollistas transmiten una lógica perversa: éstate contento y no pares de trabajar» Dr. Joan d’A. Juanola

“Lo que parece imposible a veces solo tarda un poco más”. “Si puedes soñarlo, puedes hacerlo”. “Hay un millón de razones para ser feliz, ¡sonríe!”. Estas y otras frasecillas inundan desde hace un tiempo tazas, libretas y accesorios varios, propagando un buenrollismo superficial que merece la pena examinar con atención. Inspeccionamos este y otros temas relacionados junto a Joan d’Àvila Juanola, psicólogo, doctor en Filosofía y profesor de la Universidad Abat Oliba CEU.

joan-d-avila-juanolaAsí de primeras, ¿qué te inspiran mensajes como los citados arriba?

La primera reflexión que me viene es antropológica: veo al ser humano queriendo ser feliz. No es nada nuevo, claro -toda la historia de la humanidad es la de esta búsqueda-, pero lo veo como una actualización de lo que enseñaba Epicuro: perseguir la felicidad a base de dietas y de buscar el equilibrio emocional

Pero, ¿cuál es el criterio para este equilibrio?

Claro, esa es la cuestión: ¿el criterio se basa en que estas emociones sean buenas y placenteras? ¿o acaso debe estar en algo más allá de las emociones? Para la mentalidad actual, el criterio de felicidad es el propio bienestar emocional: lo exigimos como si fuera un derecho, con más ahínco incluso que la justicia o la libertad. Incluso la psicoterapia va por este camino.

¿En qué sentido?

La psicoterapia cada vez se orienta más a que la persona se sienta bien, a un nivel primario, de puro sentimiento. De nuevo se trata del criterio, que ha ido cambiando desde la concepción clásica de Platón o Aristóteles –quienes, sin negar la importancia de la vida emocional, ponen lo racional por encima-. Tal vez hoy el auriga de Platón debería preguntar a los caballos “¿Cómo te estás sintiendo? ¿Te aprietan demasiado las riendas?”

¿De dónde viene esta concepción de que “estar bien” equivale a ser feliz?

Estos mensajes de psicología positiva o coaching –todos los “puedes ser lo que quieras”, “ábrete a la experiencia” o “descubre tu razón para vivir”- reflejan los postulados de la psicología humanista, que a nivel académico se considera la tercera fuerza de la Psicología, después del psicoanálisis y el conductismo.

La psicoterapia cada vez se orienta más a que la persona se sienta bien, al puro sentimiento»

Psicología humanista, dices, ¿en qué consiste?

Es una psicología que parte del humanismo, una escuela de filosofía fundamentada en dos patas: el existencialismo y el romanticismo. Por el lado existencialista, los humanistas entienden que el ser humano no tiene una naturaleza fijada –y, por tanto, no existe un criterio antropológico a seguir-, mientras que, por el lado romántico, el humanismo da validez a la exaltación del aspecto sentimental e irracional.

¿Qué significa que “da validez”?

Que lo acepta, en un sentido rousseauniano: se considera que el hombre es bueno por naturaleza y, por tanto, que cualquier cosa que salga de él será buena. Uno de los principales teóricos humanistas, Carl Rogers, decía que “el organismo es sabio”, y esto se traduce cotidianamente en todo lo de “Escucha a tu corazón”. Se considera que, como todo lo natural es bueno, cualquier instinto abre posibilidades de autorrealización que son en sí mismo buenas: los humanistas no creen que haya que constreñirse con tabúes morales que impidan explorar el potencial humano.

¿A qué lleva esto?

A que no hay camino ni criterio: cada uno se construye desde la nada, pero animado por estas tendencias surgidas del cuerpo, del interior. Según esta idea, todo es un crecimiento o un proceso hacia una autorrealización emocional.

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Hay un psicólogo, Edgar Cabanas, que habla de que los mensajes propios de Mr Wonderful de los que hablábamos al inicio sirven para reforzar esta “narrativa del yo”.

Sí, se podría ver desde un punto de vista conductista.

El conductismo es aquello de Pávlov, ¿no? Lo de la campanilla y el perro.

Sí, pero la de Pávlov es una versión muy básica: es más potente el modelo de B.F. Skinner, que descubrió que los objetos o las circunstancias actúan como refuerzo de la conducta. Este refuerzo es una recompensa rápida, inmediata y sin efectos secundarios, y es –para los conductistas- la clave para lograr que una persona se comporte de un determinado modo.

¿Me puedes poner algún ejemplo? 

Sí, hay una anécdota muy ilustrativa que se cuenta del propio Skinner. Además de psicólogo, él era profesor, y cuentan que en su clase sus alumnos se pusieron de acuerdo en un experimento. Cuando Skinner se moviera por un lado de la clase, pondrían cara de asco y de aburrimiento, mientras que cuando se moviera por el otro lado, pondrían caras de atención y de interés. Dicen que al final del curso Skinner inconscientemente daba la clase pegado a la esquina del lado del aula que despertaba interés.

Y esto es lo que de alguna forma podrían hacer los mensajes buenrollistas y positivos.

Sí, pero -yendo más allá- yo veo un factor perverso en estas estrategias de coaching, porque lo que se pretende es que rindas más en el trabajo. Más allá de que seas feliz, lo que se está aplicando es una fórmula: si el trabajador está contento rendirá más, así que hagamos que esté contento. Los toboganes y piscinas de las oficinas de Google, que parecen tan guays, están orientados a que los empleados produzcan más, y esto tiene una consecuencia dramática. Hay un documental que lo muestra: toda tu vida acaba estando en el trabajo, toda tu existencia girando en torno a rendir más.

Si el trabajador está contento rendirá más, así que hagamos que esté contento: la lógica es perversa»

Entonces, ¿qué es la felicidad? ¿Es esta idea de “alegría constante”?

Bueno, esa es la gran pregunta, y aún podemos reformularla mejor: ¿Es la alegría constante en base a tu convicción de saberte obrando de acuerdo a algo externo, más grande que tú, o es una alegría de “me siento alegre”? Ambas concepciones son “alegría”, pero una parte de un deber externo y el otro es un sentimentalismo interior. Hay un hombre que lo ejemplifica muy bien.

¿Quién?

Un monje francés que vivió durante muchos años en la India. Él explica su evolución personal desde la práctica de la meditación y el yoga -en la que se formó hasta volverse un experto- hasta su conversión al cristianismo. Plantea el mismo debate antropológico del que hablábamos, y lo visualiza a través de dos posturas corporales: la flor de loto y la cruz de Cristo. La primera es un gesto cerrado sobre sí mismo, la segunda se abre al mundo. Esta postura es cumplir la voluntad del Padre, la primera, esforzarse por vaciarse y alcanzar el Nirvana. Pero, ¿este vaciamiento es un proyecto que lleva a una mayor expresión de lo humano que la entrega de Cristo para salvar a la humanidad? El conflicto es dar la vida o fundir la vida en una nada-todo.

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Será una nada, pero es una nada en cierto modo re-encantada, con un punto mágico, ¿no?

Cuando se vive dentro del mercado –una vida angustiante, estresante-, ayuda combinar el trabajo con una dosis de deporte + meditación. Esto ayuda a seguir respirando, a seguir pedaleando –como en el episodio de “Black Mirror”-. Es importante darse cuenta de que no hablamos de un compromiso total de la persona con ninguna de estas prácticas: son más bien una especie de cápsulas de tranquilidad para poder seguir rindiendo en el trabajo.

¿Por qué se auto-administra en pequeñas dosis y no como un modo de vida?

Esa es –de nuevo- gran pregunta: si eso realmente te aporta felicidad, ¿por qué tu vida no gira en torno al budismo, o la meditación? ¿Por qué lo vas tomando a sorbos para soportar un trabajo que no te gusta? Yo creo que esto se debe a que el trabajo no te llena. Se me ocurre una imagen: no me imagino a un monje benedictino tomándose un mes de vacaciones para desconectar. No me lo imagino, porque lo que hace en su vida diaria ya le llena.

Bueno, el Papa sí que hace vacaciones, se va a descansar en el Castillo de Sant’ Angelo…

Sí, pero no deja de ser Papa, porque ser Papa no se reduce a escribir encíclicas. No creo que en sus vacaciones el Papa desconecte de cómo va la Iglesia: es un modo distinto de seguir al mando, un modo espiritual.

Si el deporte o la meditación realmente te aporta felicidad, ¿por qué tu vida no gira en torno a ello?»

En este individualismo del que hablábamos, ¿qué autoridad se reconoce? ¿Dónde queda la paternidad?

La visión humanista de la vida verá la paternidad como una represión, como algo que constriñe la libertad. Por eso, todo el movimiento de crítica a la sociedad patriarcal se puede ver en conexión con este sentimiento humanista: se trata de deshacernos de los valores impuestos y crear unos nuevos, sin autoridad alguna que nos marque lo que debemos o no debemos hacer. En el mundo contemporáneo la paternidad es algo que más bien se intenta anular, pero es la rebelión del adolescente: nos sacudimos una paternidad para asumir una pseudopaternidad, la de los valores del mercado.

Aún en la rebelión, es como que se sigue buscando un referente…

Nos resistimos a un existencialismo estricto: si realmente no hubiese más camino que el que se hace al andar, no terminaríamos tendiendo a asumir unos referentes. Lo que hay latente es una necesidad –aunque muy superficial, si quieres- de hallar un modelo antropológico.

¿Qué papel juega en todo este embrollo la identidad 2.0.? Las redes sociales también están invadidas por esta ola de orientalismo o buen rollo… 

Sí, por un lado hay un cierto narcisismo en el hombre posmoderno, y por otro hay una búsqueda de amor, de sentirse querido. Por eso se comparten momentos alegres, una emoción mucho más cohesionante o productiva que la tristeza o el asco. El riesgo es acabar dependiendo de la evaluación de los demás, que tu autoestima se mida en likes. ¿Qué piensa mi jefe de mí? ¿Qué piensan mis amigos? ¿Y mi mujer, y mis hijos?… Pero ¿qué pienso yo de mí? Hay un peligro en externalizar el juicio: es el peligro de la vida sustituta, de que una máscara sea quien esté viviendo tu vida

Para acabar, ¿cómo casa esta dependencia de los demás que comentas ahora con el individualismo del que hablábamos al principio? ¿No es algo contradictorio?

Yo creo que se vive como contradicción, pero no se resuelve: uno va al DIR a matarse, pero cuelga fotos. Tal vez harás un viaje a Tailandia a practicar yoga o crecer espiritualmente, pero lo compartirás en las redes… Estamos proyectando una segunda personalidad virtual y cada vez le damos más importancia, en detrimento de lo que sería auténticamente le trabajo sobre uno mismo. Sin embargo, no se resuelve la contradicción, porque en el fondo hay una búsqueda de la paz interior, de sentirse bien con lo que uno es, sin dejar de lado estos inputs positivos de los demás sobre su avatar. Al final, lo que se mantiene es la constante antropológica: la búsqueda de la felicidad.

Acerca de Guillermo Altarriba