Más experiencias viviendo en Montserrat

Un fin de semana más de la oficina a Montserrat, 48h de vida que una vez más han sido verdaderos regalos. Emocionalmente mucho más compleja de lo habitual, físicamente también, y en cuanto a lo visto y lo vivido… Excelente como siempre.

Sábado 8:15am, tras 6h de sueño y una cena apoteósica con Mire, salgo de casa con Andreu dirección Montserrat. Juan nos lleva junto con bastantes amigos suyos para que, entre los tres, guiemos al grupo por algunos canales sencillos, destino Elefant y luego comilona de campeonato en un restaurante, hasta aquí el domingueo es claro. La cosa se pone interesante cuando,sin haber visto los postres, salimos pitando de nuevo al monasterio de Montserrat. Juan debe volver a Barcelona y se lo curra acercándonos a la zona de nuevo. Ya nos ves a Andreu ya mi, cargados con dos mochilas cada uno, subiendo en completo silencio a nuestra cueva. Cuando abandonamos los caminos turísticos el silencio era espectacular, sólo se oia la mochila crujir al ritmo de nuestros pasos, ni nos dirigimos la mirada en una media hora de ascensión, el atardecer estaba siendo un espectáculo de tonos rojos, y la cosa mejoró cuando presenciamos una pelea de cabras a escasos 8 metros, cuando los cuernos chocaban el eco se perdía entre las paredes, y siguiendolas entre la maleza pasamos de largo hasta nuestro refugio. Se perdieron con la luz, y aprovechamos los últimos rayos para cortar leña, muy necesaria esta noche por la bajada de temperaturas.

La cosa podía mejorar más, y es que David y Guille, compañeros con los que nos veríamos la mañana siguiente, se animaban a subir de dormir, problema, como pronto esperaban llegar a la zona sobre las 12:00 de la noche, un «como pronto» que acabó siendo la 1:30 de la madrugada. Problema 2, no habían estado nunca allí y el plan era que llegaran a un claro, delante de Sant Benet, desde el que podían ver nuestra pared, ahí nos haríamos señales de luces y nos llamaríamos para guiarles en el tramo final más huidizo.

Pero eso tampoco es todo, eran las 19:00h y mi situación era un show. Me había olvidado mis gafas en casa, subí con lentillas muy feliz todo el día, pero si me las quitaba pasaba a no ver nada, y no servía para nada más que dormir, hasta que al amanecer pudiera ponerme las del día siguiente. Esta situación, ante la necesidad de hacer de guía a David y Guille en la noche, y siendo solo dos personas, me puso bastante al límite. La comilona me había sentado algo mal y mi estómago me lo recordaba continuamente. Empecé a encontrarme mal, frío, calor, nervios, sin hambre, sin visión y mucho cansancio, el momento ideal para preguntarme ¿Que coj**** hago aquí? Y es que cuando estar en la naturaleza parece que pierde el sentido, el entorno se vuelve mucho más hostil, y vienen a la mente realidades como que no teníamos coche para salir de allí, todo ayudaba a no recuperar la calma. Me estiré a rezar, abrí el Evangelio, y la verdad habló por si sola. Para estas experiencias estoy aquí, porque son vida. Conseguí calmarme aparentemente y tras tomar un Gelocatil, el malestar se me fue pasando. A todo esto el pobre Andreu cuidando de mi, me preparó unos fideos alucinantes, y más tarde incluso vino la cervecita, a la que le acompaño un sueño muy incómodo e impaciente hasta la llegada del resto del equipo.

Eran las 12:00h y no teníamos ninguna noticia suya, llamé y nisiquiera habían llegado con el coche… Parecía que la cosa iba para largo, pero estos dos cracks iban a un ritmo y orientación envidiables. Seguían un audio de 3 minutos mío dónde les indicaba como llegar al claro de Sant Benet, y parece que ambos cumplimos con nuestro trabajo porque a los 45 minutos nos estábamos haciendo las esperadas señales luminosas. Por teléfono les guié desde allí a los siguientes desvíos y con las indicaciones dadas, Andreu y yo salimos a buscarles! Aparecieron en tiempo récord, aluciné, y una vez metidos en la cueva no tardamos en cerrar por fin los ojos con calma.

7:30 de la mañana suenan las alarmas en la cueva, trago de agua, abrigo a tope, frontal, y llámale ilusión, llámale motivada del día, pero salimos corriendo literalmente a por la cima. Un amanecer de quedarse embobado y para abajo de nuevo, mochilas a la espalda y rápido hacia el coche, nos vamos a la otra cara de la montaña a por una vía ferrata y un trekking muy muy salvaje de vuelta. El cansancio acumulado era evidente, pero los paisajes que veíamos, los mismos de siempre pero distintos cada vez, nos han dejado en el coche por debajo del tiempo esperado. Todo tal y como se había deseado y a las 3:30 estaba comiendo con Mire again.

True Story.