Opino que fuera del gimnasio la dificultad de la vía no la marca únicamente el nivel técnico de la pared, sino que comparte el papel de protagonista con grado de exposición de la vía. Es decir, la dificultad psicológica. El esfuerzo físico y la técnica pueden hacerte capaz de mucho, pero si la mente no sube contigo, no vas a vencer nunca. Y esto es una de las cosas que más me atrae de la escalada.
El grado de exposición de una vía lo marcan: la altura, el clima, la distancia entre seguros, la localización… Y seguro que muchos miedos más. No es lo mismo escalar un VI en el gimnasio, con un seguro cada metro y medio, temperatura agradable y un entorno de gente conocedora; que escalar un VI en plena alta montaña, a kilómetros de la civilización, con apenas un seguro cada 7 metros y unas vistas de 500m de precipicio. En el primer caso todo el esfuerzo se centrará en la técnica y la fuerza, en el segundo, lo primero que desgastaras es la mente, y eso condicionará totalmente las posibilidades de éxito.
Precisamente el estrés, los nervios y la intranquilidad continua que te mantiene al 120% todo el rato, que no dejará que te relajes y que será capaz de cuestionar tus posibilidades invitándote a abandonar, precisamente todo esto es lo que veníamos a buscar el pasado sábado a Montserrat. Una vía de 178m, no sobrada de seguros, con un grado de exposición alto para nuestra humilde experiencia, y con un nivel que no debería presentarnos ningún problema. Nuestra fuerza y nuestra técnica le pueden.
Sin mucho madrugón nos plantamos a pie de vía a las 10:30h, llevábamos lo mínimo necesario: mochila compartida, abrigo muy escaso, un mapa de la pared para cada uno, una barrita, un botellín de agua y material de escalada.
Los 3 primeros largos fueron una auténtica pasada, un total de 100m de grado V exigentes técnicamente. Nos perdimos totalmente por la pared, perdimos nuestra vía y era cuestión de mirar hacia arriba y buscar el siguiente seguro. Al final no quedó una línea de ascensión demasiado recta, sino que más bien íbamos serpenteando por la pared. Disfrutamos muchísimo.
Los dos siguientes largos rebajaban el nivel, muy asequibles para nosotros, de hecho encadenamos dos seguidos. En este punto empezaron a escasear los seguros, en algún momento me permití el lujo de seguir subiendo sin ver dónde estaba, pero el nivel fácil nos mantenía tranquilos y confiados. Así llegamos hasta unos 40 metros de la cima, la reunión estaba en una pequeña bauma que nos dejaba en la sombra totalmente. La cabeza aquí ya empezaba a descontrolarse, teníamos delante el largo más difícil de todos.
Nos reunimos en la bauma de roca fría, miré a Juan y le dije, “tío, estoy desgastado mentalmente, aquí arriba mientras esperaba a que subieras la cabeza me ha ido loca y no estoy nada confiado, por favor, abre tú de primero”. Juan aceptó a la primera y arriba que íbamos. Problema: Este sexto largo empezaba con un flaqueo a la izquierda que hacía que a los 4 metros ya nos hubiéramos perdido de vista. Así que todo se movía por gritos.
-Juan!!, ¿Cómo vas?
-Bien, acabo de llegar un seguro y he chapado!!.
-Perfecto!!, ¿quieres más cuerda? ¿lo ves claro? ¿ves el siguiente seguro?
-Sí, dame un poco más de cuerda. Está lejos, pero creo que puedo llegar fácil!!.
-Perfecto, con calma, tú puedes, venga Juan!!
…
-¿Todo bien?
-No tío, no veo el siguiente seguro!!.
-Busca bien, te tenso cuerda, engánchate y descansa!!.
-Llevo un buen rato, me quedan solo dos cintas y ni siquiera veo la reunión!!, demasiado inseguro…
Aquí empezó la aventura de verdad, ¿Cómo íbamos a bajar a Juan sin haber llegado a la reunión y tras realizar un flanqueo a la izquierda. Si le soltaba cuerda para montar un rappel se quedaría colgado a mitad de pared, ya que la vía, los seguros y yo estábamos unos metros a la derecha. Una vez decidido lo primero fue tirar del mosquetón de emergencia, el maillón. Los 4€ mejor invertidos de la historia. Es un pequeño mosquetón que cierra fijo con rosca, con una llave hexagonal. Esto lo cierras bien y puedes pasar la cuerda por dentro para montar el rappel sin que la cuerda se corte. Cuando lo tengas hecho lo abandonas en la montaña. Una vez hecho esto teníamos que conseguir que Juan viniera hacia mi, así que gritándonos, mientras las campanas del monasterio nos dieran permiso, nos fuimos dando ideas. Al final la clave fue enganchar a Juan contra la cuerda de vuelta y usarla como guía. El inconveniente era que si le daba cuerda para que se pudiera acercar, destensaba todo el sistema y para abajo. Aunque la mandíbula fuera loca tiritando, las manos debían ir suaves, y Juan debía ser muy hábil. Media hora más tarde nos vimos de nuevo.
No nos dimos muchos ánimos, ni nos alegramos demasiado, más bien lo contrario, estábamos abandonando! No nos merecíamos ni la cerveza en Collbató, directos a casa y con la nueva fecha de intento en Mayo. Una lección más de humildad que nos regala la montaña, esta pared muchos la harán sobradamente, y nosotros, de momento, necesitamos un segundo intento.