¿Realmente sabemos cuánta información ofrecemos sin darnos cuenta? Según la analista de políticas públicas Gemma Galdón, muchas veces no tenemos la menor idea. Para tratar este y otros muchos temas como la privacidad, los big data o el estado de vigilancia, en Diario El Prisma quisimos hablar directamente con ella. Os dejamos con la primera parte de la entrevista.
Ahora está muy de moda hablar de las “ciudades inteligentes”, las smart cities, y de lo maravillosas que son, pero ¿tienen un lado oscuro?
Bueno, hay varios puntos oscuros. Smart city lo que quiere decir es que se hace un esfuerzo por maximizar las innovaciones tecnológicas y aplicarlas a las soluciones urbanas. Lo que ocurre con esto es que a veces las soluciones tecnológicas que se compran no son las mejores.
¿Esto por qué es así?
Porque la mayoría de personas no somos expertos en tecnología. Por ejemplo, cuando compramos un teléfono no sabemos qué pasa dentro del aparato realmente, sino que nos fiamos del vendedor o de alguien que nos lo recomiende. Claro, esto con un móvil es un ejemplo muy sencillo, pero si hablamos de un responsable público que ha de comprar una solución tecnológica que no sabe cómo funciona, ya vemos que es fácil que le den gato por liebre. Esto es muy común en esta industria, que tiende a “sobrevender” sus productos, a decir que hacen cosas que luego realmente no pueden.
Has dicho que hay varios puntos negativos, ¿cuál más encontramos?
Otro punto oscuro es que una gran parte de las funcionalidades de las smart cities pasan por la gestión de datos personales de los ciudadanos. De nuevo, en este caso hay mecanismos para que estos datos sean anónimos, pero el comprador no suele ser consciente de ello y no los reclama. Las ciudades acaban comprando soluciones tecnológicas de smart city que lo que hacen es robar los datos de los ciudadanos, que además a menudo se ceden a operadores comerciales a cambio de absolutamente nada.

¿Por ejemplo?
El caso del Bicing en Barcelona. Si usas el Bicing, tienes una tarjeta que con solo pasarla por encima de un sensor ya te permite liberar la bicicleta que quieras usar. Con este sistema, el proveedor del servicio puede saber qué recorridos haces, y en base a esto puede deducir fácilmente dónde vives, dónde trabajas o dónde tienes la pareja… en definitiva, puede saber tus patrones de movilidad, que quedan registrados. Y no solo eso, además lo pueden relacionar con tu nombre, tu DNI o tu tarjeta de crédito.
¿Además del Bicing, algún otro ejemplo?
Con el Bicing es un caso muy claro, pero hay más. Ahora, por ejemplo, también en Barcelona quieren instalar la T-Mobilitat, una tarjeta personal que permitirá gestionar todos los viajes en transporte público de forma integrada y que funcionará como la del Bicing. O también está el asunto de las cámaras de vigilancia, tanto las públicas como las privadas. La videovigilancia, de hecho, cada vez es más capaz de realizar reconocimiento facial, por lo que ya no es solo “veo a una persona” sino “veo a una persona que se llama tal, que vive en tal sitio…”. La lista de las implantaciones tecnológicas que recogen de forma sistemática los datos es larguísima.
Pero no solo por la calle, en internet también se pueden recolectar muchos datos…
Está claro. Si a lo anterior le sumamos las redes sociales, en las que volcamos un montón de información personal nuestra y de nuestros amigos, es posible que algún actor público o privado pueda hacernos una radiografía sin que seamos conscientes de dónde salen estos datos.

Pero, ¿estos datos se utilizan después o simplemente se recogen?
Bueno, es cierto que la industria tiende a decirnos cosas que luego realmente no puede hacer. Las empresas sueñan con que a partir de estos perfiles construidos por bases de datos puedan prestarnos servicios de forma mucho más eficiente. La idea es que como la compañía nos conocerá tan bien, lo que nos ofrezca seguro que lo querremos comprar, pero esto muchas veces no es así. En los datos que se recogen hay mucho ruido y esta tecnología aún no es capaz de digerir los matices.
Entonces…
De momento somos capaces de recoger muchos datos y, de hecho, las administraciones se están volviendo adictas a estos, como si fueran heroína, pero es cierto que tienen poca capacidad de gestionarlos. Lo que sí que es cierto es que hay gente que gana dinero con estos datos que damos de forma gratuita.
Bueno, pero a cambio es cierto que recibimos un servicio.
Claro, a mi Facebook, por poner el ejemplo más claro, me permite conectarme con mis amigos y conocidos. Lo que ocurre es que en el mercado del barrio las transacciones son claras: yo te doy dinero a cambio de verduras o de un trozo de carne. En las redes sociales este intercambio no es tan explícito. Estamos luchando para que siempre que haya un intercambio de datos seamos conscientes de ello y podamos discernir como consumidores.
¿Hay mucha inconsciencia en este aspecto?
Totalmente. Está eso de “Acepto las condiciones y términos del servicio…” pero casi nadie lo mira y, si no las aceptas, no puedes acceder al servicio. Estamos haciendo pasos pequeños pero bastante seguros al respecto convenciendo a la industria de que acepte servicios que tal vez serán más caros pero que van dirigidos a un tipo de consumidor que sí quiere sus datos. Empezando por personas famosas, que tienen un plus para ser celosas de su intimidad, o gente que simplemente no quiere estar expuesta a esto de forma constante.
Pero entonces estamos examinando la privacidad como un premium… ¿no se podría considerar más bien un derecho?
Totalmente, es un derecho, y por tanto no te lo pueden invadir sin consecuencias legales. El problema viene cuando tú accedes a regalar tu privacidad a Facebook, por ejemplo. Lo importante es que sepas que existe esta transacción, que la estás llevando a cabo.
¿Y como alternativa?
Tendrían que aparecer otras redes sociales que permitieran una interacción de forma anónima o que Facebook permita esta opción. Por desgracia, ahora mismo sí que ocurre que la privacidad es un premium, algo extra por lo que hay que pagar más. Aunque también es cierto que, viendo de dónde venimos, de Mark Zuckerberg diciendo que “la era de la privacidad ha pasado”, yo creo que en los últimos dos o tres años estamos haciendo pasos bastante significativos.
Porque, ¿la tendencia de futuro es hacia una mayor o menor privacidad?
Yo creo que va a más. Cada vez hay más conciencia y paulatinamente veremos más escándalos como el que ocurrió hace poco de la filtración de las fotos de la Jennifer Lawrence. Cada vez más gente se dará cuenta de que regalar tus datos tiene consecuencias muy importantes, además de que la protección de la vida privada es un derecho constitucional reconocido en todas las democracias avanzadas.
¿Cuáles son los límites legales para utilizar estos datos?
El problema es que, si les has dado permiso, estas limitaciones legales desaparecen, pues se establecen en base al contrato que tú aceptas.