La crisis ha hecho plantearnos más que nunca si el sistema político y económico que tenemos es justo. Hoy hablamos con el Dr. Alessandro Mini, Profesor de Doctrina Social de la Iglesia (DSI) en la Universidad Abat Oliba, abogado y Doctor en Humanidades y Ciencias Sociales. Mini nos explicará qué tiene que decir la DSI sobre la economía, dónde queda la moral en este campo, cuándo es legítimo despedir a un trabajador y cuál debe ser el papel del Estado.
¿Por qué la Doctrina Social de la Iglesia no considera como válido el Capitalismo?
No diría que la Doctrina Social de la Iglesia no considera válido el Capitalismo. Lo que sí pienso es que, a través de su Doctrina Social la Iglesia Católica ha manifestado y sigue manifestando su valoración negativa hacia todo sistema económico que no esté concebido como un instrumento al servicio de la persona humana y de la sociedad, aunque en dicho sistema se reconozcan valores positivos como la libertad de empresa, la propiedad privada, la creatividad y la responsabilidad del empresario, etc. Ahora bien, si nos ceñimos a la experiencia que tenemos de algunos de los efectos que ha causado la aplicación de los principios liberales a la economía se observa que, por sí solo, el capitalismo es incapaz de solucionar problemas sociales que afectan a gran parte de la humanidad, como el hambre, el acceso a unos servicios mínimos de salud y, en general, la enorme desigualdad de condiciones de vida que existe entre un número muy reducido de personas extremadamente ricas y un ingente número de personas pobres o muy pobres.
Pero, ¿hasta qué punto se le puede achacar esta desigualdad al Capitalismo?
La causa última de las desigualdades, en mi opinión, debe buscarse fundamentalmente en la vida moral del hombre y, en particular, en las respuestas que éste es capaz de dar a las preguntas más profundas que puede hacerse respecto al sentido de su existencia. Si dichas respuestas –bien dadas por cada uno individualmente, bien en sociedad- no logran vislumbrar lo que se encuentra más allá del horizonte de lo mundano, es muy probable que no se vea al prójimo como lo que realmente es: un hermano que hay que amar sin descanso y por el que hay que preocuparse hasta que logre, cuando menos, unas condiciones de vida dignas. El liberalismo económico, en la formulación de Adam Smith y sus seguidores, considera que en la economía hay algunas leyes naturales cuyo libre juego es preciso asegurar para el logro de un óptimo orden social. De ahí que deba garantizarse la libertad humana necesaria para lograr el lucro mediante la producción y la distribución de los bienes. Ahora bien, si no hay una sólida formación moral aunada a un contexto jurídico apto para garantizar que el instinto de lucro no derive en un abuso del otro, es muy probable que el liberalismo lleve a ver en el prójimo más que a un hermano, un recurso más, un medio para el enriquecimiento personal.
Explíqueme eso…
Si el lucro es el objetivo principal, cualquier medio puede llegar a considerarse bueno para el logro de dicho fin. Por lo tanto el mejorar las condiciones de vida del trabajador, el pagarle un sueldo digno, el formarlo, etc. pueden verse como gastos innecesarios que provocan una reducción de beneficios para el empresario. De ahí que habría que reducirlos al máximo posible. Ante esto el trabajador se estanca en una situación de pobreza, de la que no puede salir, mientras que el empresario sigue incrementando sus beneficios. Y es aquí donde el capitalismo crea desigualdad.
Ya entiendo…
Existe el riesgo de que también los consumidores se vean afectados por el afán desmedido de lucro de la empresa y que sean inducidos a comprar bienes innecesarios en exceso o bienes de baja calidad que deban sustituirse a corto plazo, con el consiguiente empobrecimiento e incremento de desigualdades entre productores, distribuidores y consumidores. Es el caso –por ejemplo- de la obsolescencia programada. Si la finalidad fundamental es el lucro, puede llegar a concebirse como un mal el producir bienes de buena calidad que, por tener una vida larga impedirían al empresario vender más producto en el futuro. Al contrario, si el empresario es capaz de determinar la vida útil de un producto, también lo es de saber aproximadamente el tiempo que los consumidores tardarán en demandar productos idénticos o análogos. En este sentido se ha denunciado hace años algún caso de compañías que producían bienes dotados de una batería interna, insustituible, y programada para tener una vida corta. Como podemos ver, si el fin principal del mercado es el lucro y no hay lugar a la ética, puede llegarse a actuaciones tan inmorales como ésta, que cooperan al aumento de las desigualdades.
¿Cuáles son estas leyes naturales del liberalismo económico a las que se ha referido?
Básicamente la ley de la oferta y la demanda y la ley de la libre competencia. Éstas son las que todavía rigen en gran medida la economía actual. Para el liberalismo, es necesario dejar que estas leyes sigan su curso para conseguir la paz y la armonía sociales, siendo la intervención del Estado un mal que hay que tolerar y que debe limitarse a ser la mínima indispensable.
¿Dónde queda en concreto el papel del Estado?
En el liberalismo en general, el Estado debe abstenerse al máximo de poner obstáculos a la libertad humana que despliega el instinto de lucro. La idea fundamental es la del “laissez faire, laissez passaire”, no intervenir en el mundo de la economía, de los contratos, del mercado, pues cualquier injerencia podría alterar el juego natural de las mencionadas leyes y por ende, entorpecer el desarrollo económico.
¿Y la ética?
Hace unos años, desde instancias liberales, se consideraba que la ética debería quedar totalmente al margen de la economía. Una expresión muy común en el mundo empresarial de ámbito anglófono era la de: “business is business”, es decir, “los negocios son los negocios”, y la ética es algo que, a lo más, debe afectar otros ámbitos de la existencia, pues los negocios se rigen por sus propias leyes y la ética no debe intervenir. Hoy día, esta concepción está siendo en gran medida abandonada, y de ello da testimonio el hecho de que en la actualidad se habla mucho de ética en el campo de los negocios, de responsabilidad social, de certificaciones de empresas “socialmente responsables” etc. y muchas universidades de gran prestigio a nivel mundial incluyen en sus planes de estudios cursos de ética de los negocios. Como ha señalado Benedicto XVI en su Caritas in veritate la preocupación en este momento histórico ha de ser que la ética que se proponga sea una ética “amiga de la persona”, pues si el sistema moral de referencia de estas “éticas” es erróneo, se corre el riesgo de transmitir valores inmorales bajo apariencia de ser éticos.
Pero las empresas se dedican a ganar dinero, esa es su finalidad y si no lo hicieran se arruinarían y, con ellas, las personas que trabajan para ellas. ¿Cómo se compatibiliza esto con la ética y la moral de la que nos habla?
Es cuestión de tener siempre claro que la persona humana no es un medio, sino un fin. El lucro debe estar siempre subordinado a ella. Si esto se tiene claro debe comprenderse que, por las razones que usted menciona al formular la pregunta, el lucro es importante en una empresa en cuanto medio para el sustento del empresario y de los trabajadores. Los problemas surgen cuando se subordina la persona al lucro, con lo cual pueden llegar a justificarse prácticas que –por otra parte- podrían acabar perjudicando la propia vida de la empresa. La sobre-explotación del trabajador, la falta de un sueldo digno, la falta de diversificación del trabajo, el exceso de horas de trabajo, podrían llevar a que a la larga los trabajadores terminen por no rendir o rendir menos de lo que podrían si estuvieran satisfechos con sus condiciones laborales. Asimismo, el limitar el nivel salarial de los trabajadores podría llevar a largo plazo a que se incremente el número de bienes a los que éstos no puedan acceder, y a un consiguiente descenso en el número de ventas y por ende de los beneficios de las empresas.
Con lo que actuar moralmente también es rentable…
El no hacerlo puede ser fuente de una rentabilidad inmediata, tal vez efímera, pero no creo que pueda ser muy duradera. Leemos cada vez más a menudo en la prensa de grandes fortunas que dejan de ser tales porque se descubre que se han acumulado gracias a conductas inmorales, como la corrupción. Por no hablar de las demás terribles consecuencias que pueden llegar a tener actos inmorales como los mencionados. Pensemos en las noticias que se refieren a suicidios vinculados con la sobreexplotación en fábricas ubicadas en países en vías de desarrollo, o –sin ir más lejos- al incremento de suicidios en nuestros países europeos debidos a razones de índole laboral o empresarial. Todo ello debería llevarnos a reflexionar sobre la conveniencia para la persona humana de nuestro sistema económico actual.
¿Se está refiriendo por ejemplo a casos de despido?
También. El tema del despido es un tema muy complejo. Sobre todo hoy en día, cuando algunas teorías señalan la necesidad de una cierta cuota de pobreza para que el sistema económico funcione mejor, y donde el despido se concibe a veces como un recurso más para, supuestamente, mantener elevados beneficios.
Muchos justifican el despido porque la empresa pierda dinero, sino porque han bajado los beneficios…
Una cosa es que una empresa se encuentre realmente en una situación económica tan grave que no pueda permitirse el mantener en plantilla a todos los trabajadores que tiene contratados, o que el trabajador esté claramente abusando de la empresa y no rindiendo como le es exigible en función de sus obligaciones laborales. En estos casos podría llegar a estar justificado el despido. Otra situación bien distinta es que el despido se conciba como un recurso más que pueda utilizarse indistintamente a otros que afectarían menos a las personas de los empleados y a sus familias, ante el peligro de la reducción de los beneficios empresariales. A veces podría haber soluciones alternativas a despedir personas, pero se considera ésta medida como la primera o la más eficaz.
¿Cómo cuáles?
Casos relativamente recientes, que se refieren a directivos de algunas entidades bancarias y de otras grandes compañías han puesto de manifiesto la enorme desproporción que existe entre el sueldo del grueso de los trabajadores de algunas empresas y de los directivos de las mismas. Desproporción que implica que en ocasiones, ni trabajando toda su vida, un trabajador pueda llegar a ganar lo que algún directivo gana en año. Quedando a salvo el derecho que un directivo tiene a verse retribuido más que un trabajador, por la naturaleza de sus responsabilidades, tal vez el reducir las desproporciones referidas podría ayudar a sanar muchas situaciones económicas de entidades cuyos beneficios se dicen peligrar.
¿Y el hecho de que ahora sea más barato despedir que antes?
Cuanto más barato sea el despido, lógicamente más fácil es que la opción del despido sea más apetecible para el empresario y que se pierda de vista que detrás de cada despido hay personas. Muchas veces leemos que grandes empresas tienen planes de reestructuración que afectan a miles de trabajadores. Lo llamativo es que detrás de estos despidos a menudo no se encuentra una situación dramática de pérdidas acumuladas, sino la previsión de bajadas sostenibles de beneficios. Eso significa que la empresa no está despidiendo porque no tenga más remedio, sino que, en previsión de que no ganará tanto como lo previsto, decide despedir a parte de su plantilla, para seguir ganando más. Trata a los trabajadores como un recurso más, como un número en un papel y olvida que, detrás de cada número, hay una familia, unos hijos, etc.
¿Pero a veces es necesario despedir para que la empresa sobreviva?
Obviamente, si la empresa quiebra, todos se irán a la calle. Pero hay que evitarlo cuanto más mejor. El despido, en circunstancias normales, debe considerarse como el último recurso. Hay que luchar entre todos –empresario y trabajadores- para lograr que la empresa salga adelante. Incluso, si los empleados saben que la empresa va mal, es también su deber ayudar a encontrar alternativas para evitar el despido de toda o de parte de la plantilla.
Pero no siempre los que actúan mal son los empresarios…
A menudo se tiene la tendencia, quizás por influencia de ideas marxistas, a ensalzar al trabajador y a demonizar al empresario. Esto no es así en todos los casos. Sí que es verdad que objetivamente hay empresarios que podrían gestionar mejor sus empresas, pero también lo es que hay trabajadores que podrían asumir de una manera más responsable sus obligaciones laborales.
¿Cuál debe ser el papel del trabajador?
Los trabajadores deben de trabajar. Porque el trabajo es un bien y un medio de perfección para el hombre y porque se obligan a prestar unos servicios a la empresa que les paga por ello un salario. Antes usted preguntaba si había alguna razón por la cual se puede justificar un despido. Si un trabajador no va a trabajar, o no cumple con sus obligaciones laborales, no respeta a sus superiores y no hace lo que se le exige, se pone de baja cuando no tiene problema alguno, etc. está abusando de su trabajo y del empresario. Y si a tal trabajador, que está actuando mal, se le apercibe de que si sigue así será despedido y sigue con esa actitud, ya no es que el empresario lo despida, sino que, de alguna forma, el trabajador se ha despedido a sí mismo demostrando que no tiene interés por mantener su puesto de trabajo.
Pero todos podemos cometer errores
Por esto comentaba que hay que dejarle la oportunidad de que enmiende su fallo antes de despedirlo. Otra cosa es que siga actuando mal una vez haya sido avisado.
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