Emilio Pérez de Rozas es, en palabras de un buen amigo suyo, un periodista de raza. Desde la cuna mamó el amor por contar a la gente historias que le pasan a otra gente, y esta máxima la ha puesto en práctica durante 45 años en El Periódico, la SER, El País o el Sport, entre otros. Dicen de él que es uno de los periodistas deportivos más grandes de nuestro país, pero tras hablar con él esa etiqueta se queda corta – (entrevista por Guille Altarriba y Jaume Vives)
Nació en una familia de fotoperiodistas.
Claro, yo no podría haber sido otra cosa que no fuera periodista. Viví rodeado de ello hasta que me fui de casa con 18 años. Sin ir más lejos, el clan de mi hermano Carlos son los periodistas que los últimos 30 años han estado liderando los principales medios de la ciudad: Antonio Franco, José Antonio Sorolla, Javier Batalla, Miguel Ángel Casteller, Luis Bassets, Javier Vidal-Folch… Yo era el canijo de toda esta gente pero, como dice mi amigo Luis Cuesta, “a mí que no me den, que me pongan donde hay”. Me pusieron donde había y yo lo cogí todo. No hablo de enchufe, sino de que si por cualquier circunstancia te ponen donde hay, has de estar y coger lo tuyo.
Con esta pasión por el oficio, ¿no ha tenido problemas con la vida familiar?
Sí, llegas a hacer pirulas a la familia, incluso a contarles mentiras piadosas. Lo que ocurre es que yo en este sentido vivo con la mujer más maravillosa del mundo. Cuando conocí a la que ahora es mi mujer, Araceli, a los 18 años era el tío más idiota de la tierra. Era un pijo redomado que no sabía ni quiénes eran los Rolling Stones, y entonces la conocí y descubrí que la gente es cojonuda. Pero a lo que me refiero es que ella ya me conoció así, sin horas y sin la seguridad de que iba a estar allí a la hora en la que quedábamos a cenar. Pero es que ten en cuenta que, si lo vives con pasión, cualquier amigo o cualquier rumor puede convertirse en noticia.
¿Tiene algún otro caso así?
Recuerdo un reportaje que hice sobre trasplantes de riñón, que surgió porque estaba un día en el Periódico y me llamó un amigo mío que me dijo que tenía que ir a verle a la clínica Puigverd, que había tres chicas llorando en el pasillo de la clínica porque el médico no les dejaba donar un riñón a su padre. Me insistió, fui y le pregunté el porqué al cirujano. “¿Usted cuantos años cree que le quedan a estas chicas?”, me dijo, y añadió: “¿y cuántos años cree que le quedan a la mujer del hombre que necesita el trasplante? Pues ya está”. Cuando le pregunté si podía contar esta historia, me dijo “oiga, ¿usted quiere hacer un reportaje sobre trasplantes? Venga a verme a mi despacho mañana por la mañana”.
Y también fue.
Sí, claro. Allí, en un despacho enano lleno de papeles, me propuso un pacto: “Mire, la Sanidad le necesita y usted nos va a ayudar. Tenemos un problema muy grave: en este país nadie se quiere morir -todo el mundo se cree con derecho a recibir un trasplante- y además los chavales que van en moto han decidido ponerse de una vez el casco y no matarse, con lo que faltan órganos. Hemos de hacer algo”.
¿Qué le propuso?
Me dijo que había que hacer un reportaje animando a la gente a donarse órganos entre ellos, explicando que es bueno y que es legal. Me dio una lista de personas que habían pasado por donaciones en vivo y yo hice este reportaje sobre casos de vecinos y amigos de toda la vida que entre ellos se han donado un riñón y están apasionados y felices por ello. Quedó un reportaje estupendo, y todo a partir de una llamada que salió por casualidad.
El día que los mejores periodistas estén en la web, me creeré eso de que el digital es el futuro
¿Qué hace uno si en la redacción su jefe le dice que publique algo y sabe que es mentira?
Hay dos versiones. Una, te lo dice porque te lo cuenta y te dice que esa mentira la vas a publicar tú. Ahí te puedes negar y decirle que si lo quiere publicar, que lo firme él. O dos, es algo que les has contado a los jefes pero no tienes del todo claro que sea verdad, o deontológicamente aún no tienes las tres fuentes. Ahí yo prefiero callarme y contárselo solo cuando ya lo tengo atado. Hay veces que solo tienes una fuente pero con esa fuente no puedes publicarlo. También hay gente que si lo dice el jefe, lo publica sin comprobar nada, que es lo que está pasando sobre todo en las webs.
¿No crees como la mayoría que el periodismo digital es el presente y el futuro?
Lo que creo es que hay que es repensar el modelo que queremos para el papel. Yo soy escéptico con lo digital, solo creo en el papel, que tiene soporte, que se conserva, se mantiene. Lo que ocurre es que tal y como está montado ahora no tiene futuro, hay que tirar hacia lo que hacen revistas como Panenka en periodismo deportivo o JotDown en periodismo cultural. El modelo ideal sería que la web se ocupe de las noticias del momento y de lo inmediato y que el papel lo formen piezas más profundas y especializadas.
Si este es el camino, ¿por qué los medios que hay ahora se resisten a hacer el cambio?
Porque, para un director, un cambio de modelo así requiere tener la valentía de ser el primero en dar el paso. También hace falta dinero -que no hay- y periodistas especializados. Lo que pasa es que parece que los directores tampoco se acaben de creer eso de que en Internet está el futuro, porque los periodistas más reputados escriben ahora mismo para la edición en papel. El día que un periódico ponga a sus mejores redactores en la web me creeré eso de que ahí está el futuro.
¿Cómo te enfrentas al hecho de que la web es el todo-gratis?
Lo que pasa es que vuestra generación habéis considerado que la información ha de ser gratis. Y eso no está mal, pero nos lo pone más complicado para subsistir. Lo que es cierto es que al profesional hay que pagarle, y hoy en día las tarifas son de escándalo entre los medios digitales, a unos 3 euros el artículo si se paga algo. Claro, luego uno ve que una semana de suscripción digital en algunos medios cuesta 1,09 euros y una barra de pan 1,10… ¡No puede ser que sea más barato informarse que comprar el pan!
Hemos llegado al final de la entrevista, ¿un último consejo?
Cuida tu firma, porque eso es lo que eres como periodista. Cuando el medio en el que trabajes cierre, lo único que queda es tu firma.