Alessandro Mini nació en Italia, pero se doctoró en Derecho en Barcelona y estudió Filosofía en México, donde ha trabajado en el Tribunal Eclesiástico de la diócesis de Yucatán en México. Su otra vocación es la enseñanza universitaria, y ha impartido clases en la Universidad de Anahuac -también en México-, en Canadá y, actualmente, en España, en la Universidad Abat Oliba CEU. Nos citamos con él en el rincón más tranquilo que encontramos de una cafetería alejada del bullicio para poder hablar largo y tendido sobre la libertad. Entre café y café os dejamos con la segunda parte de la entrevista:
[Jaume Vives, Guille Altarriba]
VIENE DE LA 1ª PARTE
Para que la libertad sea, dice, la voluntad no debe estar pre-determinada, pero hay quien a nivel cuántico hay quien lleva al extremo el materialismo y niega la existencia del azar y, por ende, la libertad.
Lo primero es que más allá de realidades materiales, en el Universo existe lo inmaterial. Si nos remitimos a la filosofía clásica, encontramos una comprensión de que en las realidades hay un principio material y uno inmaterial. Ahora bien, ¿lo espiritual y lo inmaterial son conceptos sinónimos? No, todo aquello espiritual es inmaterial pero no todo aquello inmaterial es espiritual. Es inmaterial todo aquello que no requiere el cuerpo para existir.
¿Qué es lo espiritual entonces?
Por la filosofía cristiana, sabemos que lo espiritual es específicamente el alma humana, y a esta conclusión se llega por la observación de las operaciones. En el hombre encontramos operaciones que hacen patente algo más allá de la materia, como por ejemplo entender los conceptos: el hombre entiende lo que las cosas son prescindiendo de sus características materiales. Por ejemplo, cuando yo entiendo qué es la noción de “hombre”, ni le pongo un color concreto, ni un tamaño, ni una complexión… y sin embargo entiendo lo que es. Esta capacidad es lo que llamamos inteligencia, una inteligencia que a su vez requiere de un sustento que la haga ser, y esto es el alma misma.
Y, por tanto, siguiendo el razonamiento…
Si existen realidades espirituales, existen realidades que no dependen de los cuerpos, que no dependen de lo material. De ahí que toda condición física que podamos encontrar tanto en el hombre como fuera de él puede ser superada: pensemos en las Olimpiadas Paralímpicas. También se puede contra-argumentar el determinismo desde una perspectiva social: si no hubiera libertad, encontraríamos una constante sumisión a los condicionantes materiales, y sin embargo el hombre es capaz de rebasarlos.
Habría que ver los relativistas hasta qué punto se creen su propio relativismo»
¿Por ejemplo?
Una revolución, o la lucha por un ideal. Esto es capaz de subvertir regímenes políticos u ordenamientos jurídicos. No deja de reconocerse la existencia de algún elemento contingente en el universo causado por la libertad. Y habría que hablar con los que abogan por un relativismo para ver hasta qué medida se lo creen.
¿En qué sentido?
Quien defiende que cada uno puede querer lo que sea, o que la verdad pertenece a cada uno, no está dejando de absolutizar el querer y el entender humano. La contradicción se da entre un relativismo afirmado y un absolutismo leído.
Decía que la libertad depende de lo que uno ve como bien o como verdad, ¿qué relación hay entre libertad y verdad?
En la metafísica clásica se entiende que “realidad”, “bien” o “verdad” son la misma cosa: la verdad es la realidad en tanto objeto de conocimiento. Y también es el bien en la medida que puede ser susceptible de un acto de apetición, de una tendencia. De ahí que Aristóteles dijera que el bien “es aquello de lo que todas las cosas apetecen”, tanto los cuerpos animados como inanimados. La nota diferente la añade el ser humano, porque el hombre no está determinado hacia los bienes particulares, sino hacia el bien en general. Pero respecto a cada bien individual –un plato de comida, unos estudios, unas reivindicaciones políticas-, el hombre no está determinado. Como es posible el error, y es posible por tanto querer algo objetivamente malo –aunque habría que discutir si existen cosas objetivamente malas o buenas- a sabiendas de que no es conveniente, ahí hay una sumisión de la voluntad a alguna pasión. No es realmente libertad.
Ponga algún ejemplo.
En el caso de un celíaco, que no puede comer alimentos con gluten, ¿qué opciones tiene? ¿Está físicamente impedido de comerlos? No, puede abrir la nevera y comérselos, pero ¿será eso bueno para él? ¿Es un ejercicio de libertad? No, se estará simplemente dejando llevar por la apetencia. Está subordinando su voluntad a la pasión o el agrado. El ejercicio libre se da cuando el individuo busca realmente lo que sabe que es bueno para él.
¿Y en el caso de que no supiera que es malo para él y lo comiera? ¿Sería un acto libre?
En ese caso lo que hay es ignorancia: la tendencia está viciada por un desconocimiento. No podríamos, por tanto, hablar de una subordinación de la libertad a una pasión y en este sentido sí que es un acto libre: está actuando conforme a lo que concibe como bueno sin saber ni tener la posibilidad de saber que es malo. Sin embargo, esta falta de conocimiento no es lo ordinario: normalmente sabemos qué es lo malo.
Un ejercicio de libertad se da cuando el individuo busca realmente lo que sabe que es bueno para él»
Entonces moralmente no serías responsable…
Si no hay conocimiento ni modo de acceder a él, se podría concluir desde la ética que no eres moralmente responsable de la acción mala –esto es aplicable a alguien que aborta sin saber que es malo, por ejemplo-, pero sí lo eres si existe la duda razonable. Si yo estoy de caza en la jungla portando una escopeta y cuando veo que se mueven unos arbustos disparo sin saber qué hay detrás y mato a un hombre, soy culpable de homicidio, porque podría haber alguien allí detrás. Este sería el caso de las sustancias de las que se discute si son abortivas o contraceptivas o qué.
Entonces entra en juego el Estado, ¿hasta dónde debe regular?
El tema aquí es sobre la razón de ser del Estado o de la comunidad política. Hay filosofías para todos los gustos, pero en la tradición realista, la polis tiene una razón de ser: el bien común.
Claro, pero ¿qué se entiende por “bien común”?
Hay quien dice que es el bien de la mayoría o cosas así, pero se trata de lo que es realmente conveniente a la comunidad política: el conjunto de condiciones que hacen posible en la vida social el desarrollo más pleno y más fácil de los miembros de la sociedad, tanto aisladamente como en grupos sociales. Se trata de algo general, que puede conocerse a partir de la observación de la naturaleza humana pero que también tiene una parte de contingente –cuestiones económicas, cuestiones de orden cívico…-. Hay que tomar estas decisiones de forma prudente, siempre partiendo de la observación de la realidad: no con una visión racionalista, de deducir un conjunto de derechos y obligaciones de la naturaleza humana, sino a partir del contexto determinado de cada sociedad. Es por eso que Santo Tomás, por ejemplo, habla de que es posible y correcto para el poder político tolerar algunos males para algún bien mayor, como por ejemplo la usura o la prostitución.
¿Es bueno tolerar la prostitución?
Ojo, “tolerar” no quiere decir “promover”, estamos en ámbitos distintos. El gobernante tiene delante una sociedad que es muy variada en la que tiene que promover –progresivamente, a través de leyes- lo que es bueno.
¿Quién decide lo que es bueno?
Es que no lo decide nadie, es fruto de la discusión razonable, del uso de la razón: la función de quien detenta el poder es no perder jamás de vista el objetivo. Si hay corrupción, presión lobbista o intereses espurios, al final todo esto queda corrompido.
¿Qué limitaciones puede poner el Estado a la libertad de expresión?
El bien objetivo está a la vista siempre, y es obvio que el Estado pone límites a la libertad: hay gente que acaba en la cárcel. Se ponen, pero el asunto es que se pongan por algo que sea realmente malo, y aquí entra la valoración adecuada de considerar realmente como bueno lo bueno y como malo lo malo. ¿Que el Estado ponga límites a una conspiración revolucionaria o terrorista? Pues sí, tiene que hacerlo, como también es lícito que prohíba determinadas expresiones en público que puedan herir la convivencia o las sensibilidades religiosas –y de hecho la religión es previa al Estado-. Tenemos ejemplos recientes de cómo se abusa de una falsa idea de libertad de expresión.
¿Algún ejemplo?
Los periodistas –y en general todo aquel que utiliza cualquier medio como megáfono para informar- tienen que dar cuenta de la verdad. La libertad de expresión no ampara el insulto, ni el denigrar las condiciones ajenas. Aquí seguramente el emisor no esté realizando un acto libre, porque probablemente se esté moviendo por su odio en lugar de por lo que el entendimiento le esté presentando como bueno y conveniente para el hombre.
Hoy en día se ensalza mucho la libertad pero a la vez hay verdades que parecen socialmente inapelables, como la democracia como única forma buena de gobierno o la ideología de género…
Hay muchos intereses detrás de estas cosas, y es complicado ver en último término a qué responden. Lo que sí es cierto es que en nuestras sociedades, estas cuestiones han echado raíces por cuestiones históricas y hablar contracorriente acaba siendo difícil. Hay ejemplos en la prensa de personas que se atreven a alzar la voz en contra de esta tendencia de la mayoría y son inmediatamente acallados por la visión única.
¿Pero esta visión única es distinta al bien común del que hablaba antes?
El pensamiento único en realidad se trata de imponer una determinada visión que no es la conveniente con la naturaleza humana. Se saldría de esta dicotomía y este conflicto si esta visión única coincidiera con lo que es objetivamente bueno para el hombre –y claro, quien reivindica ciertas cosas cree estar buscando lo mejor, pero muchas veces parten de una visión del hombre personal, sin raíces en la filosofía o en un análisis profundo-. Es utópico pensar que algún día se llegue a esto, pero una cosa es que no lleguemos todos y otra cosa es que aquellos especialmente encargados del bien público dejen que la sociedad navegue como un barco sin rumbo que al final de indeterminación tiene poco: si el poder deja que el barco se mueva como quiera, estará colaborando con una visión de la realidad y del hombre reducida, que cree erróneamente que la libertad es absoluta.