Así tituló Mario Monti su último artículo publicado en El País. Habla Monti, europeísta convencido, y los oídos de los políticos se disponen a escuchar (o lo simulan muy bien, todos sabemos de sus dotes teatrales). Analiza sin drama ni euforia los puntos clave de lo que para él es una necesidad: salvar Europa.
Llama la atención su primer apunte sobre la potencial desintegración de la Unión: si la UE está en los albores de su ocaso no es por la separación de sus Estados integrantes sino por el rechazo a la integración de los ciudadanos de muchos Estados miembros. Grecia permanecerá en la Unión, Reino Unido permanecerá en la Unión, pero este sueño convertido en organización internacional que Monnet y demás padres de la UE decidieron emprender se volverá una roca enorme, un monolito que no avanzará debido a que los ciudadanos no confían más en él. La credibilidad del proyecto europeo encarnado en la Unión tiene cada día más escépticos que le aguijonean.

Pero lo que deben plantearse los ciudadanos es: ¿por qué hemos llegado a este estadio, en el que un grupo de Estados han decidido ceder parte de su poder (¡de lo más preciado que tienen, la soberanía!) a un organismo superior? Ni azar ni cortesía: fue en primer lugar el deseo de paz y crecimiento, a lo que se añadió la necesidad. El proceso globalizador ha hecho que los Estados nación se enfrenten a problemas que sobrepasan su capacidad. Seguridad, economía, medio ambiente: todo traspasa fronteras. Fue para proteger a las personas que viven en su seno, por lo que la Unión emergió; fue poner al individuo, otra vez, en el centro de lo sociopolítico. Cediendo soberanía a instancias superiores se lograba que todavía fuesen las personas las que rigieran su devenir político, y no multinacionales, lobbies globales o intereses particulares. El ethos europeo antropocéntrico, que germinó en la democracia ateniense y que “renació” con ese dorado Quattrocento, siempre puso el acento en el individuo y en sus capacidades humanas—entre las que se cuenta la socialización. La Unión tiene poco futuro, si quiere sustituir la centralidad de las personas por los números.
Qué escenario bélico al que estamos asistiendo, en el que los Estados miembros ven en la Unión no una inversión sino un bien de consumo, en el que poder sacar máxima tajada con el mínimo gasto. “Cuando van a Bruselas para participar en el Consejo—dice Monti sobre los Estados miembros—, ya no llevan su propio ladrillo; muy al contrario, tratan de hacerse con algún ladrillo de la casa a medio construir, de triturarlo y de transformar el polvo (sí, el polvo de Europa) en consenso para ellos mismos, para sus propios partidos, para parte de la opinión pública nacional”. Leo un tweet de Cameron:
I’m in Brussels where I’m negotiating hard for Britain. I’m clear, I’m not prepared to take a deal that does not meet what Britain needs.
— David Cameron (@David_Cameron) febrero 18, 2016
Entiendo que el trabajo del Primer Ministro inglés sea proteger los intereses de los británicos. Pero, ciertamente, qué bien iría que nuestros políticos, al cruzar la puerta de las instituciones europeas, juraran, al menos, no actuar nunca en contra de los intereses de la Unión.
Sin embargo, la crítica más ácida del tecnócrata italiano se dirige a los representantes políticos y a su actuación, caracterizada por la visión radicalmente cortoplacista, por la falta de liderazgo y por el uso sesgado y partidista de la narración frente a la realidad. Una mirada estrecha impide los proyectos ambiciosos, la mediocridad instalada en la esfera política hace que del liderazgo político se pase al seguidismo político. Cualquiera que se salga de su baldosa cae en desgracia, aunque tenga energía y proyectos con vocación de éxito. Seguir las pautas marcadas es más importante que jugársela por los ciudadanos en su conjunto. Pero si hay algo realmente peligroso—en perfecta sintonía con la fragmentación posmoderna—es la desintegración de la Historia en historias (o historietas). Las instituciones y las ideas de los grandes relatos pasados (los “metarrelatos”, de los que tanto ha escrito Lyotard) son puestas en cuestión. Cada boca tartamudea su historia, y eso impide construir nada que esté más allá de la narración propia.
Salvar Europa no es una posibilidad, sino una necesidad. Creámonos de verdad que Europa va más allá de la Unión y que lo que queremos proteger va mucho más allá de la economía. Es la esfera pública en su conjunto lo que está en la encrucijada, la libertad del zoon politikon, esa politika de la que escribió Aristóteles y que él tenía tan claro que debía servir para el bien de todos los ciudadanos: para el bien de todos los europeos.