Que “Europa tiene mucha Historia” es una afirmación que pocos discuten. Es cierto: desde que aquélla fue raptada por Zeus da comienzo una “vida de Europa”, entre mito y realidad, entre guerra y paz, que carga con el peso de la Historia. Y esto no es poco. Decía Steiner que “un europeo culto queda atrapado en la telaraña de un in memoriam a la vez luminoso y asfixiante”.[1]
Sin embargo, las corrientes más (post)modernas centran su discurso en criticar lo europeo en tanto que imperialista y opresor. Lo que hace años se veía como bueno ahora se percibe como terrible. Las razones son de lo más diversas. Se me ocurre una: el hecho de no creer en ningún proyecto sólido social ni económico ni intelectual. ¿Cómo entender nada desde una visión ultra individualista como lo es la nuestra? En uno de esos (vomitivos) libros de autoayuda leía: “el medio más seguro de volverse loco es involucrarse en los asuntos de otras personas, y la manera más rápida de volverse una persona cuerda y feliz es ocuparse de los propios asuntos”. ¿Podría un hombre solo haber descubierto América? ¿Y el ADN? ¿Pisado la luna? El individualismo endémico actual nos lleva a la acción intrascendente, y al mero consumo irracional como sustituto de nuestra necesidad de alcanzar algo (hay que leer a Bauman, y su sociedad líquida)[2].
Es curioso y fascinante el afán descubridor del europeo a lo largo de la historia. Fueron los pobladores del Viejo Mundo los que se lanzaron a explorar, a cruzar mares, a cabalgar. Durante 1500 y 1950 solo China, Japón, Turquía, Irán, Arabia y Tailandia evitaron caer bajo un poder imperial de Europa. El occidental es un voraz consumidor del más-acá. No podía ser de otra manera, en el seno de un continente cuya religión predica que Dios se ha encarnado en el mundo terrenal, reafirmando la necesidad de expandir su “reinado de gloria” por toda la tierra—¿o es que acaso alguien cree que es casualidad que el marxismo, un “paraíso de justicia e igualdad”, surgiera en Europa? Atendamos a lo que subyace en el inconsciente europeo.

Pero Europa está acomplejada, porque ha sido una invasora. Europa fue la Antigüedad, el Medievo, la Modernidad. Y llegamos los postmodernos y pretendemos que no sea. Qué daño ha hecho esto de creer que todos poseemos nuestra verdad, en vez de intentar dilucidarla—como se venía haciendo durante más de dos mil años…
Entonces, ¿Europa sólo ha exportado muerte y desolación? Sospecho que no. Me voy a lo clásico (que suele no fallar): fue Grecia la que dio luz a los primeros estadios de lo que hoy llamamos democracia. Sigo con tópicos: Europa exportó su civilización allá donde iba. (Doy por descontado que ya nadie se cree lo del “buen salvaje” de Rousseau: no encuentro posición intelectual más déspota que la de aplicar el criterio de “bueno” o “malo” por una condición social en vez de por los propios actos del ser humano. Tal vez es que Rousseau no consideraba a esos “salvajes” como humanos y por eso se arrogaba ese extralimitado poder de juzgar). Respecto a la historia de la ciencia podría decirse que se ha dado casi exclusivamente en Europa: Desde Aristóteles a Einstein, pasando por Copérnico, Descartes, Newton o Fleming. Todo esto ha dado al mundo el pensamiento europeo. Pas mal.
La autoestima se recuperará cuando volvamos a creer en lo bueno que hay en nosotros y en nuestra tradición. Saber decir “esto sí, esto no”. Romper con todo es necio, aparte de imposible. Se ha intentado, y de ahí la desorientación del hombre contemporáneo. No se aferra a nada porque desde dentro pinchamos nuestros flotadores. El enemigo en casa. Entiendo que de Europa no será todo tan malo cuando la huella que ha dejado en el mundo es totalmente desproporcionada a sus dimensiones; cuando, por ejemplo, Japón ha asumido con ganas la Revolución Industrial, China el marxismo y Turquía ha reemplazado la escritura arábiga por el alfabeto latino. Claro que tiene matices, pero ya basta de seguir (¡solamente!) dándonos golpes en el pecho.
Europa: quítate los complejos. Vuelve a creer en ti.
[1] George Steiner, La idea de Europa. Ed. Siruela, 2012.
[2] Zygmun Bauman, La modernidad líquida, Fondo de Cultura Económica, 2002.