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UNA BOLSA DE GOMINOLAS

Imagen de NY Daily News

Mi amigo Pablo salió de Pamplona con dos compañeros el 19 de mayo, y llegó a Santiago de Compostela el 18 de junio. Dijo Cervantes que el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho. Y andar, lo que es andar, han andado estos chicos. Y ver, lo que es ver, han visto mucho. Y han visto mucho de lo que nos interesa en este blog, es decir, muchas historias que podrían ser la tuya o la mía si los vaivenes de la vida nos hubieran llevado por otros derroteros. Cuando Pablo me mandó la historia de Rodión (cuyo nombre real, por cierto, no es Rodión), le dije que era una gran historia. Me contestó: “no es mía, es de Dios”; y ya no digo más.

PABLO CORTÉS JIMÉNEZ- Mi compañero y yo estábamos merendando sentados en un banco en el parque que se halla justo delante de la entrada del albergue “Cofradía de los Tres Santos” en Santo Domingo de la Calzada, La Rioja. Comíamos unas ensaimadas que habíamos comprado en un supermercado cercano, a pesar de que era domingo, hasta que un hombre se sentó junto a nosotros. Era un hombre alto, de metro noventa, cabello largo y rubio y una barba poblada, aunque afeitada por la quijada de la mandíbula. Era un hombre de presencia imponente, era fornido, de tez morena y algunos tatuajes en brazos y piernas. Tenía unos ojos claros y profundos con los que nos miró fijamente mientras decía en inglés: -Hola, me llamo Rodión, ¿queréis?- y nos ofreció una bolsa de gominolas. Nos quedamos algo atónitos ante la repentina aparición de un personaje tal, parecía un vikingo, sin embargo le mostramos una cálida sonrisa mientras rechazábamos su oferta. Él dijo que estaba sustituyendo el tabaco y la bebida por las golosinas, aunque no parecía muy convencido. Nos contó que era motero en Córcega desde los 18 años, y que a sus 68 seguía en ese mundo. Su pasado estaba repleto de alcoholismo, drogas y violencia de género, motivo por el cual se divorció de sus tres exmujeres. Hace un año que se hizo católico, y nos confesó que estaba haciendo el camino para buscar perdón por todos los errores que había cometido en su vida; sus ojos reflejaban una extraña mezcla de esperanza y tormento que me hizo sentir totalmente sobrecogido: tenía delante a un hombre con una vida totalmente rota que estaba realizando un largo viaje de mil kilómetros en busca de perdón y paz interior.

No sabía qué pensar…aunque la violencia de género siempre me ha parecido una de las cosas más indignantes y asquerosas que puede haber, pensé que yo no era quién para juzgar a ese hombre que se hallaba sentado ante mí totalmente desamparado. Supuse que simplemente era un hombre, una historia de tantas otras en el mundo…eso es lo que define a la humanidad, ¿no? Los prejuicios no sirven de nada.

Estuvimos una hora hablando, una hora. Yo intentaba convencerle de que el perdón siempre puede llegar, no importa  cuándo. Nunca fui muy bueno hablando en temas religiosos, aunque algo me decía que esta vez era distinta. Le dije que nunca es tarde para cambiar, que eso era lo bueno de la vida, el perdón siempre puede llegar. Al cabo de un rato simplemente paró la conversación, parecía cansado, pensé que no le había conseguido convencer de nada. Justo cuando pensé que no había servido de nada, él dijo “¿Sabéis? Sois perfectos, chicos. Sois…lo que yo querría ser si pudiera volver atrás en el tiempo y evitar todas las gilipolleces que hice. Tenéis una buena familia, buenos amigos, estudiáis en una buena universidad y no tenéis problemas ni con el alcohol ni con otros vicios. Me alegro de que hagáis el Camino con 18 años y no con 68. Sed conscientes de todo esto y sentíos orgullosos”. Mi compañero y yo nos quedamos callados, no sabíamos qué contestar a eso, yo le dije  “Bueno, eso no es del todo verdad, ¡todos tenemos nuestros defectos!”, pero él inmediatamente hizo un gesto como queriendo negar esa afirmación. Tras esto, nos comentó que había sido un placer conocernos y se fue.

Pasaron los días y le volvimos a ver más veces. Nos contaron que actualmente es profesor de hípica en Córcega, que dirigió un restaurante en el pasado y que conoció al jefe de la mafia de moteros del lugar. No me sorprendió. Hizo una promesa con una chica italiana de no volver a beber en todo el camino con tal de que ella no volviera a fumar, esto fue en San Juan de Ortega, antes de Burgos. Lo volvimos a ver doce días después, camino de Foncebadón, estaba en una terraza bebiéndose una gran jarra de cerveza, se alegró mucho de vernos de nuevo y, más tarde, al ver que horas después me había lesionado la rodilla, me preguntó si estaba bien. Yo le contesté que sí, que éramos gente dura, y él sonrió y dijo “¡Sí!”. Paseando por las calles de Santiago de Compostela después de un largo e intenso viaje, vi un parque al que llaman La Alameda y, curiosamente, volví a ver a Rodión sentado en un banco mirando al infinito; parecía ebrio. Sin embargo, no logré saludarle, estaba muy lejos, él simplemente se levantó y se fue.

Nunca volví a verle.

Acerca de Teo Peñarroja