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“Nosotros pensábamos que la vida en Europa era como la de los pájaros: que tendríamos siempre para comer y seríamos libres. Pero no es así.”
Andrew nació en Nigeria, y en el 2000 decidió emigrar a España porque “las películas, los documentales y los libros nos enseñan que en Europa la ley se cumple, que hay justicia y no hay corrupción.”
Las mafias de traficantes sacaron a Andrew de Nigeria en un jeep y lo llevaron a Níger. Pasando por allí embarcó en una patera con otras veinticuatro personas. Andrew tuvo suerte, sólo tuvo que esperar dos días en Níger, pero él conoce a gente a quienes los traficantes han tenido tres semanas esperando a llenar las veinticinco localidades (permitidme el eufemismo) de las pateras.
Después de tres meses surcando el océano llegó a Lanzarote a principios de 2001. Desde allí, la Guardia Civil lo envió a Melilla, a un centro de acogida de inmigrantes. Después de otros tres meses allí le dieron los tan deseados papeles y le ofrecieron trasladarse a la península. Él aceptó, y llegó a Zaragoza como un emigrante legal, pero sin casa ni dinero, sin hablar prácticamente nada de español y con el hándicap de ser del color del chocolate setenta por ciento: negro, negro, negro.
Durante siete días estuvo viviendo en un albergue municipal del que lo acabaron expulsando. Vivió un tiempo en la calle, y un día, un constructor le ofreció trabajar para él. Andrew aceptó y firmó un contrato que no entendía, entre otras cosas porque “en Nigeria no firmamos contratos. Alguien te ofrece trabajo y tú trabajas.”
El empleador de turno sí hablaba inglés, así que Andrew pudo explicarle que no tenía dónde dormir, conque él le ofreció un bajo para que no pasara las noches al raso. La situación era relativamente mejor, aunque él seguía sin tener dónde ducharse.
Pasaron los días. Andrew trabajaba en la obra de lunes a sábado. Al cabo de un mes, el empleador vino con otro papel que Andrew firmó sin entender, y cobró después.
Pasaron los días. Andrew trabajaba en la obra de lunes a sábado. El segundo mes, el empleador no vino con un papel, y Andrew no cobró.
Pasaron los días. Andrew trabajaba en la obra de lunes a sábado. El tercer mes, el empleador no vino con un papel, y Andrew no cobró.
Había aprendido algo de español; seguía viviendo en el bajo de su empleador, sin ducha, y sin haber cobrado en los últimos dos meses. Empezó a mosquearse.
Un sábado por la mañana le dijo a su jefe que estaba enfermo y que iba al médico, pero salió a buscar trabajo. Dos mujeres lo asaltaron por la calle con unos panfletos que decían algo así como que el sufrimiento acabará. Eran testigos de Jehová. Andrew habló con ellas, les contó su historia, les dijo que buscaba trabajo. Ellas lo invitaron a su salón de reuniones, y Andrew accedió.
Allí conoció a Francisco, un abogado que se acercó a enterarse de su situación. Quedaron en contacto. Andrew le llevó a Francisco los dos papeles que había firmado, y él le descubrió que había firmado un contrato para un mes y también el final de obra. Los dos últimos meses de trabajo nunca habían existido.
