Crisis y corrupción son dos palabras que oímos mucho actualmente. Seguimos hablando con el Dr Alessandro Mini, Profesor de Doctrina Social de la Iglesia (DSI) en la Universidad Abat Oliba, abogado y Doctor en Humanidades y Ciencias sociales. Mini nos habla hoy de la corrupción y de la justicia social.
¿Qué decir de la corrupción?
La corrupción es una lacra que puede dar al traste con un sistema económico. Tanto a pequeña como a gran escala. En algunos países, para ejercer, por ejemplo, una determinada actividad económica, necesitas licencias que solo se conceden si untas al funcionario o político de turno. Estas situaciones son terribles y llegan a forzar a los ciudadanos a sucumbir a chantajes para poder desarrollarse. No es justificable ni la actuación de la administración ni la del ciudadano que unta. Pero es del Estado el papel de procurar que tales cosas no se produzcan… Hacen falta más formas de control y de transparencia… Hace pocos días el Papa Francisco, en un discurso a una asociación internacional de penalistas, les decía que “el corrupto no se da cuenta de que lo es”, pero es un mal que acaba manchándolo todo y que hay que erradicar.
¿Se podría considerar la Doctrina Social como una tercera vía entre el capitalismo y el comunismo?
La tercera vía sería, en primer lugar, una vuelta a Dios y a pensar que nuestra vida no se acaba aquí. Hay algo más allá donde habrá que responder de los propios actos. Habría que redescubrir, no solo la doctrina cristiana, sino también una mínima ética natural que considere al hombre por lo que es: capaz de virtud, pero también capaz de vicios.
Y una vez comprendido…
El hombre puede ser educado a la práctica de la virtud y al rechazo del vicio.
Hoy en día casi se hace lo contrario…
Podríamos decir que sí. Además, esto de educar a la virtud puede parecer muy abstracto, pero a nivel práctico no lo es tanto. Por ejemplo, en publicidad, no se debe alentar al consumismo, porque se alienta a un vicio: la falta de templanza. Al final, es entender que el funcionamiento de la economía no tiene por qué estar reñido con el que se fomente la virtud y no el vicio.
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Otra cosa que debería hacerse, tal y como dijo el papa Benedicto XVI es su encíclica Caritas in Veritate, es añadir un elemento de gratuidad al mercado. El mercado es una realidad humana que, tal y como está concebido hoy día, no se basta a sí mismo para sustentarse. De ahí que hoy en día surjann muchas iniciativas de cara a ayudar a familias que están en situaciones de necesidad. El mercado no da soluciones a estos problemas. Por esto la Doctrina Social hace hincapié en la encesidad de establecer mecanismos regidos por el principio de gratuidad: empresas que no tengan el lucro como finalidad principal; destinar parte de las ganancias a la ayuda social, etc.
¿Pero esas ayudas no las debería dar el Estado?
El Estado debe fomentar que se incluya este elemento de gratuidad en el mercado. Ya sea con rebajas fiscales a empresas que tengan fines sociales, premiando a empresas que cumplan requerimientos de colaboración social o castigando con sanciones a quienes hagan lo contrario.
¿Qué más cosas se podrían hacer?
Algo de justicia también sería pagar a la gente según le pertoca: no puede ser que situaciones distintas se traten de modo idéntico. Y lo mismo se puede decir desde el punto de vista empresarial. No es justo que una misma persona, con la misma preparación y experiencia se le pague lo mismo si tiene cinco hijos que si no los tiene, porque las necesidades de una persona que tiene hijos no son las mismas que la que no los tiene. Pero ya no solo a nivel económico, sino a nivel de ayudas en general, de flexibilidad horaria para la conciliación familiar, etc.
Pero quizás se podría considerar injusto que se pague distinto a dos personas con la misma preparación y experiencia.
Desde el punto de vista de una sociedad como la nuestra, es verdad que puede parecer injusto. Muchos dirían que: “si tú tienes cuatro hijos es porque quisiste, porqué tendrías que tener un sueldo más alto que yo solo porque tengas más hijos?”. Detrás de este tipo de consideraciones se encuentra a menudo la pérdida de conciencia de que cada nueva vida humana que viene al mundo es un bien para la sociedad, que tiene que cuidarse. De ahí que no se pueda tratar por igual situaciones diferentes. Usted clamaría injusticia si empezando a trabajar en una empresa, habiéndose sacado un grado en periodismo, le pagaran lo mismo que a una persona que no tiene ninguna formación. ¿Por qué? Pues porque las circunstancias son distintas, de la misma forma que en el caso anterior.
Todas estas propuestas de la Doctrina Social de la Iglesia que hemos hablado estos tres días, ¿se aplican en algún lugar?
Indicar algún lugar exacto donde se aplique la DSI en estos temas es complejo. Pero sí que es verdad que en muchos sitios se hacen cosas acordes con la Doctrina de la Iglesia. Actualmente, por ejemplo, se habla mucho de aplicar la ética en los negocios, de la llamada “responsabilidad social corporativa”, se expiden certificados a empresas por cumplir con estándares éticos, etc. La clave está en pensar que las empresas tienen también una responsabilidad social y que la política debe velar porque esto sea así y porque se busque siempre el Bien Común.
¿Pero ni siquiera muchos que se dicen católicos hacen esto que usted dice?
Si todos los católicos viviéramos el catolicismo como debiera vivirse, el mundo sería otro. A veces se hace una distinción entre lo que es la vida moral y la vida laboral. Hay que tener en cuenta que existen exigencias de ética natural que no se cumplen y cuyo cumplimiento ya daría lugar a una mejora en el sistema. Si además de esas exigencias todos los católicos fuéramos coherentes y cumpliéramos las demandas de la moral católica –que en muchos puntos es más exigente que la ética natural- el cambio sería sustancial.
Ya. Pero no haciéndolo llaman a escándalo.
Es normal, las personas se escandalizan porque no puedes estar predicando una cosa y viviendo la contraria. Pero hay que tener en cuenta que, cuando los católicos actuamos mal, no es culpa de la Iglesia, como se quiere hacer pensar, sino nuestra. Lamentablemente hemos tenido casos de sacerdotes que han cometido abusos a niños y de curas que han tenido amantes. Pero si las personas hubieran realmente seguido las enseñanzas de la Iglesia y no sólo predicado conforme a dichas enseñanzas, jamás habrían hecho esas cosas.
Algo para acabar…
La solución es poner a la persona en el centro de la economía. Si se hiciera así y se siguieran todos los consejos que provienen de la Doctrina Social, el sistema se volvería más sostenible. Benedicto XVI en la Cáritas in Veritate, cuando habla de la economía de mercado dice que ayudar a países enteros a desarrollarse redundaría en beneficio de la propia economía. Y es verdad, porque se ampliaría el abanico de personas que tendrían acceso potencial a los bienes que se producen. La sobre-explotación reduce el número de personas que tienen la capacidad de adquirir determinados bienes. Basta ver, por ejemplo, el mercado inmobiliario donde, hoy en día la excepción es que un joven puede comprarse una casa… Si hubiera una mejor distribución de la riqueza y los pisos tuvieran un precio más razonable, más acorde a los sueldos que se pagan, más gente podría comprar y mejor les iría a las inmobiliarias el negocio.